Pilar Aguirre llegó respirando de manera muy agitada, con una botella de agua en la mano, utilizó la que le quedaba libre para retirarse de los oídos los auriculares de su reproductor de música portátil, se guardo los audífonos en la bolsita de su chamarra deportiva, abrió la botella y dio un gran trago de agua, mientras lo hacía veía de reojo a la pareja que discutía del otro lado de la acera saliendo del restaurante de su amiga Ximena, no se percató del letrero que estaba colgado de la banca donde se sentó esa mañana y que decía con letras mal pintadas a mano “Cuidado Pintura Fresca”, si lo hubiera hecho tal vez su historia sería diferente y no se encontraría este día en la iglesia recibiendo de las manos de César Fuentes el anillo de bodas que los uniría ante Dios y la sociedad por el resto de sus vidas delante de los veinticuatro invitados que les acompañaban el día de su boda. Una semana después de haberse conocido.
Todo había ocurrido de manera asombrosamente rápida. En un movimiento afortunado del destino ambos se encontraron en aquel parque esa accidentada mañana de primavera. El invierno acababa de ceder el escenario a la tardía primavera. El clima era más fresco este año que lo que Pilar recordaba como habitual. Extrañaba ponerse sus camisetas cortas, las faldas ligeras y las sandalias que tanto adoraba, deseaba de una vez por todas condenar a todos sus abrigos, chamarras, gorros y bufandas al encierro primaveral que año tras año tenían en el ático de su casa. Los días grises y nublados ya no estaban, pero el aire era aun muy ligero y fresco, haciendo necesario salir con sweters y chamarras ligeras para estar confortable.
Como todas las mañanas, cuando el clima era favorable, Pilar salía a correr un par de vueltas al parquecito que estaba cerca de su casa, cargaba en su reproductor de mp3 las canciones que le habían gustado durante la semana y con su botellita de agua salía respirando profundamente, lista a ejercitarse durante media hora antes de abrir el café donde trabajaba como repostera a un lado del restaurante de su amiga de la secundaria, Ximena.
Sintiendo el aire en sus mejillas mientras corría por el parque, Pilar pensaba en lo que haría ese día, por la noche, mientras veía un programa de televisión sobre la historia del chocolate, sola como de costumbre, se le había ocurrido hacer algo con chocolate y almendras. Su trote avanzando graciosamente por la acera y los corredores del parque marcaban el ritmo de las ideas. Cuando finalmente terminó las vueltas propuestas, su corazón latía fuertemente. Aspiraba aire profundamente para llenar rápidamente sus pulmones de oxígeno.
Vio la banca de reojo y dando un gran trago a su botella de agua se aproximó. Los gritos provenientes del otro lado de la acera, justo delante del restaurante de Ximena, llamaron su atención. Una joven pareja discutía acaloradamente. Él no paraba de caminar de un lado a otro y ella permanecía con los brazos cruzados, indiferente a los movimientos de su compañero y volteaba rápidamente para contestarle gritando que lo dejaría. Pilar, se secó de los labios unas gotas de agua que alcanzaron a escapar de la botella mientras su atención continuaba fija en ellas. De pronto, él paró de gritar y de moverse, le entendió los brazos a ella y la mujer le respondió el gesto. Después de un cariñoso beso se alejaron caminando abrazados como si nunca hubiera sucedido la discusión emanando un aura de amor total e incondicional.
Pilar permanecía parada frente a la banca, escuchando como su corazón se desaceleraba para volver a su ritmo normal mientras sus pensamientos seguían a la pareja que ya había desaparecido de su vista. Había permanecido sola ya por mucho tiempo desde su último rompimiento, y se convenció que no necesitaba una relación amorosa. Sin embargo, tenía ya un par de meses cuestionando su decisión. El trabajo le servía de válvula de escape y sus múltiples ocupaciones desviaban su atención de su vida sentimental a otros temas menos dolorosos. Al ver a la pareja reñir y reconciliarse, extrañó sentirse abrazada así por alguien y caminar por el parque.
Dicen que uno debe tener cuidado con lo que desea porque se puede volver realidad. Estaba Pilar tan sumida en sus pensamientos que sin pensarlo, ni voltear a ver, se sentó en la banca que estaba tras de ella. Un ladrido le hizo voltear a su derecha y fue cuando vio a César por primera vez en su vida. Estaba jugando con su perro y una pelota. Arrojaba la pelotita y kamikaze, que así se llamaba el perro corría tras de ella y se la regresaba para repetir el juego. De cabello con grandes rizos, en ropa deportiva, de complexión robusta y un bulto en el abdomen que denunciaba que el ejercicio no era su fuerte, de cara limpia y ojos claros, sus rasgos transmitían confianza y familiaridad.
Pilar de inmediato se sintió, para su sorpresa, atraída por César. Había algo en su manera de comportarse, el cariño que demostraba a su mascota, la jovialidad y vitalidad que transmitía. Algo, había algo que le llamaba la atención. La chispa se encendía de nuevo en ese parque. El destino hizo que la pelota de kamikaze fuera a dar cerca de la banca dond pilar estaba sentada. Ella intentó girarse un poco para ver de frente al perro y estirar el brazo para acariciarlo, pero sintió la resistencia en la ropa, como si estuviera pegada a la banca. Se paro y sintió como su ropa se despegaba de las barras verdes de la recién pintada banca. Volteó a verse la parte trasera del pantalón y se dio cuenta que estaba marcado con rayas verdes horizontales, después de maldecir en voz baja, sus ojos brincaron a la banca y fue cuando vio el letrero con la advertencia de la pintura. Resopló enfadada por la contrariedad, se dio la media vuelta sólo para ser sorprendida por César para junto a ella con la correa kamikaze en las manos y una gran sonrisa en los labios. Pilar se sintió como una chiquilla de secundaria, avergonzada pensando que sus pensamientos sobre César estaban tan expuestos como uno de sus pasteles en el aparador. Él comentó sobre las manchas de la banca, restándole importancia. Pilar sentía su rostro subir de temperatura y temía evidenciarse por lo sonrojado de su rostro. Y César, para ayudar a Pilar a esconder las manchas de pintura, le prestó su sudadera para que se la amarrara a la cintura.
César le comentó que iniciaba con sus rutinas de ejercicios y que la había visto ya en un par de ocasiones. Después de las presentaciones oficiales donde intercambiaron nombres, Caminaron un poco alrededor del parque, kamikaze jugueteaba y Pilar le pidió la pelotita a César para arrojársela al perro. La pelota salió volando por el aire y para la mala fortuna de Pilar cayó en uno de las alcantarillas pluviales. Se sintió apenada, había olvidado ya que su cuerpo iba a rayas verdes por el incidente en la banca y a pesar que César le repetía una y otra vez que no había problema, Pilar no encontraba palabras para disculparse. Finalmente una idea cruzo por su cabeza. Invitó esa noche a César al restaurante y le prometió que sería el primero en probar su nueva creación, eso y además, tendría un regalo especial para kamikaze. César aceptó gustoso y fijaron la hora. Las 7:30 de la noche. Era una cita.
Se despidieron sin besos, ni abrazos, sin siquiera un apretón de manos. Al irse alejando Pilar volteó a ver a César que acariciaba a kamikaze mientras ella se alejaba y cuando él giró su cabeza y sus miradas se encontraron, ella la esquivó rápidamente y una sonrisita apareció en sus labios. La chispa se convertía en una flama y Pilar se sentía emocionada.
Esa tarde, Pilar daba los últimos retoques al nuevo postre que había cocinado exclusivamente para César. Entusiasmada por esta cita y las curiosas circunstancias que habían propiciado el encuentro, la imaginación de Pilar estaba estimulada y se había esmerado en la preparación de su nueva receta. Un mesero entró y le dijo que había una persona buscándola. El corazón comenzó a latir tan fuerte que hubiera sido posible escucharle en medio de una calle con tráfico en hora pico. Trató de poner su mejor rostro y salió por la puerta de la cocina hacia el área de mesitas. El café era pequeño así que César se percató de su presencia en cuanto ella Salió por aquella puerta abatible. Él se levantó de inmediato para esperarla de pie, y ella sonriente se aproximó hacia él. Se saludaron con un social beso en la mejilla. Sentados, ordenaron café y platicaron de generalidades, César le recordaba a Pilar el incidente de las rayas pintadas de la banca, mientras ella reía y comentaba sobre la pelotita perdida. Pasaron varios minutos así, conociéndose, hablando de las cosas que uno dice cuando acabas de conocer a alguien y las posibilidades de algo más que una simple amistad no son claras: Donde naciste, porque vives en la ciudad si no eres de aquí, vives solo o acompañado, tienes mascotas, donde se realizaron los estudios, porque te dedicas a lo que te dedicas, que música te gusta, cual es tu color favorito, sabor favorito, chocolate favorito, personaje de Disney favorito, y demás detalles tan pequeños que juntos forman la identidad de tu interlocutor y te permiten, al coleccionarlos diligentemente durante el tiempo, decir que más o menos conoces a alguien.
Pilar se disculpó un momento y fue hacia la cocina. Cuando regreso traía sus manos atrás. Le dijo a César que le tenía dos sorpresas. La primera era más que un detalle, una deuda con kamikaze. Y mientras decía esto le entregaba una pelotita brillante, muy parecida a la que ella le extraviara esa mañana en el parque; para el dueño, por otro lado, y gracias a la agradable mañana que le había proporcionado, recibiría el primer trozo del recién elaborado pastel con la receta creada por Pilar. César agradeció a Pilar ser el objeto de tal privilegio y visiblemente animado tomo con la cucharita plateada un bocado de aquella delicia de chocolate. Pilar escudriñaba a César atentamente, tratando de identificar cualquier gesto, señal no verbal o signo de disgusto o aprobación del postre. La cucharilla llevó hasta la boca de César el bocadito del postre. César lo saboreo un momento, levantó sus cejas pobladas y le dijo lo delicioso que estaba, que era el mejor pastel de chocolate que había probado, ella lo corrigió diciéndole que en realidad no era un simple pastel, y empezaba a darle una explicación sobre las sutiles diferencias entre los pasteles, cuando César comenzó a toser de una manera extraña. Pilar le ofreció agua, pero César no podía pasarla, Pilar se puso nerviosa, mientras la tos de César empeoraba y con un gran esfuerzo le preguntó que había en el pastel. Pilar no sabía que hacer, gritó a los meseros y les pidió que llamaran una ambulancia, César le volvió a preguntar que tenía el pastel. Ella casi llorando le dijo que tenía huevos, leche, chocolates y la pasta de almendras. César la miró a los ojos y entre tosidos le dijo que era alérgico a las almendras. Fue lo último. Cayó inconsciente. Pilar rompió en llanto, pensando que le había asesinado en una gran ironía de la vida, donde lo que le apasionaba en la vida le había arrancado la posibilidad de enamorarse de nuevo. Se sentía culpable por la condición de César y fue tanto su estrés que cayó desmayada.
Los dos estaban inconscientes tirados en el piso del café, rodeados por los meseros que les echaban aire con los mandiles y un par de curiosos. Los paramédicos llegaron unos minutos después y se dividieron para revisar las condiciones tanto de César como de Pilar. Los subieron en camillas y salieron de aquella cita rumbo al hospital. En el suelo, tirada junto a las patas de la mesa estaba la cucharita plateada, manchada con chocolate.
César despertó. Y ahí, parada junto a él, lo recibió Pilar sonriente. El le regresó la sonrisa. Tomó sus dedos y los acarició despacio mientras los veía, busco después los ojos de Pilar con la vista y le preguntó cuanto tiempo había pasado. Ella le contestó que dos días. Y empezaba su muy practicado discurso de disculpa, cuando el muy despacito la calló. Le dijo que no importaba nada. Que durante estos dos días que había estado inconsciente sólo había soñado con ella. Pilar no supo que decir. Y solo lloró.
Los amigos de ambos les dijeron que estaban locos, que era precipitarse demasiado, que esperaran tiempo, pero no hubo algo que los convenciera de lo contrario. Estaban decididos a emprender una gran aventura juntos. Sabían a donde se dirigían, no querían pasar el resto de su vida preguntándose lo que hubiera podido pasar.