El reloj marcaba las seis con quince de la tarde y finalmente me podía relajar después de una larga jornada laboral que no había sido precisamente de las mejores de mi vida. El auto de la empresa me dejó tirado esta mañana mientras regresaba de una inspección a uno de los proveedores. La reunión de la tarde había resultado fatal y me enteré por boca del entrometido de Fernández que tendríamos que recalcular todos los inventarios de la bodega para hacer los ajustes necesarios. Lily, la secretaria de mi jefe, en un descuido, derramó la taza de té sobre el reporte en original que le acababa de entregar para hacer las copias que tendríamos que entregar esa misma tarde. Me sería imposible tenerlo de nuevo en tiempo; y por si eso no fuera suficiente, Susana, mi esposa me anunció que la bruja de su madre vendría a pasar uno o dos fines de semana a la ciudad. Lo cual significaba renunciar por completo a la intimidad con mi mujer ya que tendríamos que dormir en la sala para que su madre ocupe nuestra recamara, porque a la señora “le molesta y le da alergia el tapiz de nuestro sofá”, como si a mi me importara un carajo su comodidad. Además de lo entrometida y melindrosa que es, me salió delicada. En fin, un día como pocos. Afortunadamente estaba por terminar y siguiendo mi vieja tradición pasé a la taberna que esta camino al departamento a tomarme un trago o dos de whiskey para relajarme un rato, disolver en los espíritus del alcohol las penas que me agobian y encontrarle un poco de sentido a todo este desorden para mañana, con más bríos, encararlos a todos y solucionar lo que se vaya presentando. Por lo pronto, lo importante es llegar a la taberna cuanto antes.
Después de estacionar el auto, revisé mis pertenencias, para que no estuvieran muy a la vista, luego se activa el dicho que dice que la ocasión hace al ladrón y no estoy dispuesto a formar parte una vez más de las estadísticas de esta conflictiva ciudad, yo con una vez que me haya sucedido me doy por bien servido, no quiero repetir. Tomo mi chaqueta y mientras camino presiono el control remoto de los seguros del auto. Me detengo un poco mientras escucho el doble pitido, como corroborando que en realidad todo está cerrado y seguro, como si el sonido despertara al dragón que cuidará mi raquita posesión mientras me ausento de ella. Acto seguido, retomo mi andar hacia aquella taberna.
Apenas crucé la puerta mis ojos hicieron un completo recorrido por el lugar en busca de rostros familiares. Ninguno apareció. Decidí que me sentaría en la barra que, de manera poco común, se encontraba más desocupada aquella tarde que de costumbre. Volví a consultar mi reloj. Marcaba las seis cuarenta y cinco, lo cual significaba que tendría todavía una hora y quince minutos más de hora feliz, dos bebidas por el precio de una. El cantinero se encontraba ocupado con un par de clientes por el otro lado, saque de la bolsa de mi chaqueta mis cigarrillos y encendí uno. Observé la manera en que estaban dispuestas las botellas medio vacías en aquella estantería de madera y espejos, los cuales daban el efecto de que hubiese más bebida de la que en realidad contenían. El lugar siempre me había parecido un refugio de bohemios. De decoración anticuada, pasada de moda, pero acogedor y con una atmósfera de los años 40s que invadía el pequeño espacio. El cantinero se acercó. Al parecer era lo único nuevo en la barra.
- ̶ ¿Que le servimos señor?
̶- Un whiskey escocés doble por favor
-̶ ¿Sabe que tenemos hora feliz hasta las ocho? Es dos por uno, le puedo servir dos tragos o cobrarle este a mitad de precio ¿Qué prefiere?
-̶ Mira, sírveme este y después que lo tome te digo si quiero otro trago o mi cuenta.
-̶ Por supuesto señor.
-̶ ¿Qué pasó con Tobías?
-̶ ¿Tobías?
-̶ Sí, Tobías, el cantinero que estaba antes que tu.
-̶ No lo se señor. A mi me contrataron apenas esta mañana y me pidieron que hoy mismo me presentara. Tal vez se tuvo que ir o tuvo alguna emergencia, no sabría decirle.
-̶ Pues espero que no haya sido nada grave. Era buen cantinero.
Y se fue a atender a otro cliente. Iba yo por mi segundo cigarrillo, cuando al estar buscando entre las bolsas de mi chaqueta el encendedor, un hombre se sentó en lugar inmediatamente al lado mío. Me sentí algo incomodo porque la barra estaba desocupada en gran parte y podría haberse sentado un poco más retirado de mi. Sin embargo no quise verme descortés o grosero levantándome para cambiarme de lugar, además, sólo era un trago más y estaría listo para irme al departamento a enfrentar a la energúmena de mi suegra con sus arrebatos de mártir.
El tipo a mi lado, visiblemente borracho, bueno, y olfativamente borracho, ya que despedía un acentuado tufo a alcohol, balbuceó lo que pude entender como “Quiero un ron con coca”, al parecer el entrenado oído del nuevo cantinero entendió lo mismo porque fue lo que le sirvió sin necesidad que mi nuevo vecino se lo pidiera de nuevo. Yo encendí mi cigarrillo tratando de no voltear mucho a ver como el borracho se empinaba el vaso largo de cóctel. Recargó sus pesados brazos en la barra y agacho musitaba algo, ininteligible, levantaba la cabeza y con los ojos cerrados agitaba lentamente su mano frente a su cara. Todo su cuerpo se movía en un constante vaivén que no era tan fuerte para hacerle caer de su banquillo, pero si muy notorio. Había algo cadencioso en la manera que movía su mano, su gesto se tornó duro, sus cejas se ciñeron y sus párpados se apretaron muy fuertes. Los dedos que extendidos dibujaban círculos en el aire se transformaron en un puño que violentamente bajó golpeando la barra. Luego, como volviendo en si, volteo a verme, luego miró al cantinero, después se agacho y se acurrucó entre sus propios brazos recargado en la barra y empezó a sollozar como un niño. Yo lo miraba y estuve a punto de levantarme para retirarme de ese lugar a otro, cuando su cabeza se levantó y me miró con la mirada nublada por el alcohol.
-̶ Amigo ¿Me regalarías un cigarro?
-̶ Por supuesto – le contesté mientras extendía con mi mano la cajetilla a medio consumir de cigarros light
-̶ Haz de disculparme por el golpe y el pequeño alboroto – dijo con aires de seriedad.
-̶ No hombre, todos tenemos nuestros ratos.
-̶ Es verdad, y no todos los ratos que tenemos son dulces ¿Verdad?
-̶ Creo que así es – respondí.
-̶ Tengo que confesarte la verdad – me dijo el tipo mientras apuraba un trago de su cuba libre
-̶ Lo siento. Estoy por irme – mentí para evitarme el rato incomodo.
-̶ No se preocupe usted caballero, prometo que no le quitare mucho de su valioso tiempo, es sólo esta necesidad de sacar esto que tengo dándome vueltas en no se que parte de mi cuerpo y que no me deja tranquilo.
-̶ En verdad estoy por irme – mentí de nuevo
-̶ Un par de minutos, es todo. Tiene usted cara de gente confiable. Me inspira confianza.
-̶ Pero si usted ni me conoce – le dije bromeando –podría ser un asesino y usted no lo sabría
-̶ No amigo – me contestó – Para ser de esos le hace falta el brillo de maldad en la mirada. Usted no es así. Su rencor si acaso puede llegar a pensar mal de su suegra y no atrever a decírselo y por favor no me malinterprete – me dijo como si nada y fue lo que capturo mi atención.
-̶ Así que piensa usted… ¿Cómo me dijo que se llamaba?
-̶ Aun no le digo como me llamo
-̶ ¡Mire nada más! Aun no nos conocemos y ya me va a confesar la verdad
-̶ Interesante no le parece, rompamos esquemas. Es bueno para la salud mental romper esquemas de vez en cuando en esta maldita ciudad que tiene todo contaminado. Sus calles, sus cielos. Su gente.
-̶ Bueno, yo no sería tan drástico. Es verdad, las cosas a últimos años no han estado como desearíamos, pero de eso a que sea un completo caso perdido… Bueno, creo que dista mucho de la realidad.
-̶ ¡Ah! La realidad es tan subjetiva mi estimado camarada, nos engaña con sus espejitos multicolores y luego nos muestra la cara que pensemos es la verdadera pero que en realidad siempre está cambiando.
-̶ Creo que tiene razón.
-̶ La tengo. Y créame que no me siento nada feliz de que así sea.
-̶ ¿Y cómo supo lo de mi suegra? – le pregunté - ¿Qué me delató?
- Así que yo tenía razón. Usted no quiere a su suegra – me respondió mientras soltaba un risita para si mismo.
-̶ ¿A poco hay alguien que si la quiera? – le pregunté algo incomodo por haberme puesto en evidencia delante de un extraño.
-̶ ¡Por supuesto! – exclamó – Yo mismo la adoraba antes de que todo pasara
-̶ Pues es usted un tipo extraño – le bromee
-̶ Tal vez amigo. Tal vez. Sin embargo no siempre fue así. Vera… ¿Le molesta si le tuteo?
-̶ Por supuesto que no.
-̶ Bien. Veras – comenzó cambiando su tono de voz y su semblante a algo más relajado – todo empezó aquella tarde afuera del conservatorio. Iba yo saliendo de una de mis clases
-̶ ¡Ah! ¿Es usted profesor de música? – le interrumpí
-̶ Era – me contestó con un gesto que reprobaba mi interrupción – le decía que iba yo saliendo de una de mis clases, cuando la vi. Sus ojos reflejaban tanta luz que el sol se opacaba ante el brillo de su mirada. Sus labios sonreían sin cesar y aquellas manos parlanchinas podían contar historias completas sin ayuda del sonido de su voz. Estaba con sus amigas, sentadas en una de las jardineras esperando que pasaran a recogerlas al terminar las clases. Yo me quedé absorto en la admiración que sentí por ella en ese momento. Me pareció haber encontrado la fuente de inspiración para siempre, estuve seguro de eso. Y luego, ella volteo y me miró directamente a los ojos. Como si se supiera observada y con su mirada penetró al interior de mi alma y sentí que podía leer el último de mis pensamientos y sentir mi corazón como bombeaba la sangre que subía a borbotones hacia mi cabeza. Puedo jurar que lo interpreto porque me sonrió en ese mismísimo instante y de sus labios salieron disparados hacia mí dardos con el letal veneno de sus besos guardados para mí. Todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de pensar, algo guiaba mis pasos hacia ella, como un ser sin voluntad propia manejado por algo superior, caminé hacia ella con una estúpida sonrisa pintada en mi rostro esperando no se que cosa al hacerlo. Cuando estuve cerca de ella, de su angelical mirada, volvió a verme me guiñó un ojo y rápidamente se subió al carro de su madre para desaparecer por la avenida.
-̶ Pues bien le fue a usted con cupido profesor.
-̶ Pasaron los meses – continúo como si yo no hubiera hablado – y nos hicimos novios. Beatriz era lo mejor de mi vida, el centro alrededor del cual giraba todo mi existir. No había mejor día que el que pasaba con ella y los demás parecían eternos cuando no estaba cerca. El sólo verla confortaba mi ser y daba paz a mi existir. Compuse mis mejores canciones para ella y por ella. Fui galardonado en un sinnúmero de ocasiones por mis logros musicales. Mis alumnos y mis colegas notaban la felicidad que irradiaba yo en mi plenitud. Y cuando pensé que no conocería gloria mayor, ella me da la noticia que esperábamos un hijo. ¿Lo puede creer? ¡Un hijo! Mi amor por ella se perpetuaría en la forma de otro ser vivo. Un hijo nuestro…
-̶ Pues felicidades, mi esposa y yo todavía no encargamos ni uno. Usted sabe como están las cosas hoy en día…
-̶ El mundo está muy loco como para traer a alguien al mundo, y se necesita ser muy valiente para nacer.
-̶ ¿Y que fue?
-̶ No lo sé, aun no nace
-̶ ¡Oh! Lo siento, yo pensaba que… olvídelo.
-̶ No lo sé y es lo que me tiene así.
-̶ ¿Cómo?
-̶ Así, en esta incertidumbre que me mata a cada momento y no me deja descansar. Beatriz me dejó. Se fue. Cuando llegué a nuestra casa sólo había una carta que intentaba explicar sus motivos. Nunca me amó, se fue con su mejor amigo, el verdadero padre del hijo que yo pensaba era mío. La culpa no la dejaba vivir en paz y no tuvo el valor de enfrentarme. Me dejo.
-̶ Cuanto lo siento – le dije y mientras lo hacía sus ojos se cerraron dejando caer gruesas lagrimas que buscaban su camino al suelo entre los surcos formados por sus facciones.
El tipo hundió de nuevo su rostro entre sus brazos y lloró amargamente un poco. Yo me incorporé del banquito, tomé mi chaqueta y a manera de despedida le dí unas palmadas en la espalda. Sentí lástima por él. Aventé unos billetes en la barra, suficiente para cubrir mi cuenta y la de él. Le hice una seña al cantinero como explicándole que yo pagaría. Entendió. Cuando me dirigía hacia la puerta giré la cabeza para verle de nuevo antes de salir. Ya había parado de llorar y yo daba gracias a Dios de no ser él.