Anoche soñé con tiburones. Creo que alguna vez comenté que la mayoría de mis sueños son muy vívidos, muy intensos, demasiado cinematográficos, con todo exagerado. Anoche no fue la excepción y tuve una pesadilla extraña. Me encontraba yo en el puerto de San Diego, con un grupo de personas, cuando nos avisan que podemos abordar al crucero, era por la tarde y sentía la brisa marina muy fría. Por alguna razón, todos traíamos puestos los chalecos salvavidas, sencillos, de color anaranjado brillante con correas de nylon negras. Nada fuera de lo común. Andábamos caminando todos de un lado a otro por la cubierta blanca del pequeño crucero, más bien parecido a un yate muy grande. La tierra firme desapareció de nuestra vista muy rápido y meseros vestidos con pequeños saquitos blancos y moños negros se encargaban de llenar las alargadas copas de champaña y reabastecer las mesas de bocadillos diversos. La iluminación era perfecta y todo discurría de manera agradable. Mi compañía y yo estábamos en la proa del barco, muy a la Titanic, y comentábamos sobre los tonos tan diferentes que tenía el mar y como empezaba a picarse un poco, lo cual se sentía en la manera en la que la embarcación se movía de un lado a otro haciéndonos balancear cada vez más.
Después de un rato y de imágenes extrañas, el sol estaba ya en su camino a ponerse pero el cielo estaba todavía muy iluminado, todos vimos como entre las aguas aparecían las aletas de grandes tiburones blancos. Muy grandes, la tierra firme se veía muy lejos en la distancia, todos estábamos en un estado de nerviosismo controlado. Repentinamente un tiburón saltó, como si fuera un delfín, y me tumbó al agua. Estuve flotando un momento agitando mis brazos intentando dirigirme de nuevo al barco, ya que por el chaleco permanecía perfectamente a flote, pero el miedo me impedía moverme de manera adecuada. Miraba que más y más aletas dorsales de tiburones me rodeaban y luego desparecían para después reaparecer por otro lado. No sabía para donde voltear ni si debía o no gritar. Sentí un fuerte agarrón en el pie hasta la altura del tobillo y luego el agua me tapó la cabeza. Miraba al mismo tiempo hacía el fondo donde uno de los tiburones tiraba con fuerza de mi pie entre sus mandíbulas y me arrastraba a un fondo oscuro. Por otra parte, miraba hacia arriba y podía ver los rostros distorsionados de las personas en la embarcación intento ver hacía donde me hundía, estresados y confundidos. El tiburón seguía arrastrándome y no había nada que yo pudiera hacer para escapar. No importaba que tan fuerte intentara nadar hacia la superficie. El animal era mucho más fuerte que yo. Miré una última vez el barco que ahora estaba muy lejos de mí y la oscuridad del agua de mar tan profunda, donde la luz ya no llega, me cubrió por completo. Fue entonces cuando desperté sobresaltado y con el corazón acelerado.
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