viernes, 18 de marzo de 2011

Soledad

Hace tanto tiempo que no le veo, que la claridad de su rostro empieza a desaparecer de mis recuerdos. Nunca pensé que llegaría el día en que no mencionara su nombre al menos una vez en voz alta o en mi pensamiento. No creí que podría ver una fotografía de nuestros tiempos felices sin sentir el nudo en la garganta y las ganas de llorar reprimidas intentando a toda costa no sentir el efecto de su partida o su presencia impregnada en las paredes vacías de cada habitación de esta casa en la playa. Y ahora, cuando mi frente está tocando el cristal tibio de la ventana donde solíamos ver los atardeceres y nos dedicábamos sonrisas con caricias delicadas de afecto, no hay sentimientos de ningún tipo. No existe nada en el corazón pues todo sentimiento fue arrastrado por el caudaloso cauce de mis lágrimas sin final, que sólo desaparecían al ser evaporadas por la nostalgia y el calor de mi piel solitaria.

En el vaho que exhalo en el cristal, dibujo con mis dedos la figura de una ballena saltando la luna y las estrellas. Solíamos charlar por horas de cualquier cosa. Me maravillaban sus elocuentes historias acerca de seres maravillosos de los cuales escribiría. En sus manos parlanchinas, los mundos que imaginaba cobraban vida para mí, y las vívidas descripciones se imprimían en mi mente como fotografías. Ahora ya no las recuerdo bien. Ya casi no recuerdo nada, todos estos años sin sentir mermaron mi memoria, no quiero ya saber que vendrá. No quiero imaginar que será de mí a mi edad. Ahora me conformo con el día a día y trato de encontrar algo de sentido a los retazos de existencia que me queda pintando mis emociones. Quisiera ser como la ballena que escapa al cielo y descansar de una vez ya. Noventa años son muchos y se sienten más cuando lo único que hay en tu vida es silencio.

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