El repugnante olor era cada vez más insoportable ahí abajo, la penumbra que inundaba el lugar ocultaba a la simple vista lo que lo provocaba y eso solamente lo hacía peor al no saber con certeza que es lo que pisaba a cada paso que daba. En un momento, cuando se permitió bajar su nivel de alerta, su pie pisó algo que le hizo tambalearse. El ladrón apretó junto a su pecho con el brazo izquierda su preciada posesión mientras con la derecha, a tientas, trataba de apoyarse en la pared del túnel para no perder el equilibrio y caer a las nefastas aguas que inundaban el suelo del alcantarillado. A pesar de sus intentos no tuvo nada lo suficientemente cerca para afianzarse, fue sólo el reflejo de poner un pie más atrás el que le libró de la desagradable experiencia de empaparse en los líquidos oscuros y espesos de olor nauseabundo.
Estuvo inmóvil unos instantes, casi evitando respirar, con cuidado, fue recuperando la postura y se decidió a avanzar dejando tras de sí la luz que se colaba por la alcantarilla mal tapada de la calle en la superficie. Los rayos naranjas del mercurial podían ser pasados por la cálida luz divina del sol que irrumpía la azulosa oscuridad de las cloacas citadinas, desvaneciéndose antes de tocar el suelo, muriendo en la más pura manera, sin manchar su esencia con el sucio roce del suelo yaciente bajo sus vestiduras luminosas. Mismas que ocasionaban la huída del ladronzuelo de poca monta, que en esta noche la vida y el destino le habían puesto en el lugar adecuado en el momento preciso, y pudo hacerse del gran botín encerrado en un pañuelo viejo que su brazo intentaba incrustar en su pecho para no perderle. La oscuridad, que sus ojos intentaban desentrañar, sólo era el gran telón que le separaba del brillante futuro lleno de placeres mundanos que su mente imaginaba, todo lo que le había sido negado en la vida sería suyo finalmente. Sus oscuros deseos tanto como sus ingenuas aspiraciones danzaban ante sus ojos, y eran tan fuertes que ni el olor o la oscuridad le hacían retroceder un solo milímetro. Paso a paso, despacio para no caer, se internaba en el túnel, relajándose cada vez más a medida que el hedor y la oscuridad le envolvían. Tuvo entonces el valor de voltear la cabeza para cerciorarse que nadie le seguía. La alcantarilla quedaba ya demasiado lejos y la luz filtrada no era más ya que una estrella solitaria, distante en el cielo nocturno de los confines delimitados por los ladrillos viejos con musgo de aquel lugar.
Pensaba en salir por otra alcantarilla unas cuantas calles al sur. El rudimentario plan que hacía a medida que caminaba le parecía perfecto. Saldría por el lado sur de la ciudad, cerca del muelle, una vez ahí, podría enjuagarse en el agua de mar toda la porquería que se le iba pegando en las cloacas. Caminaría por los callejones menos peligrosos hasta llegar a su casucha, hacia el este. Ahí separaría el botín en partes pequeñas para irlas acomodando sólo en las casa de empeño donde sabía no le pedirían ningún tipo de referencia o comprobantes de propiedad. Las cosas más caras las vendería en el mercado negro. Todo sería cuestión de un par de semanas, cinco en el peor de los casos, pensaba que sería mejor guardar las apariencias y no hacer despliegue de su nueva fortuna adoptando los excéntricos gustos de los nuevos ricos. No, él era más inteligente que ellos. Seguiría vistiéndose modestamente durante este tiempo, tal vez unos meses más en lo que las aguas se calman, después desaparecería de la ciudad para no volver jamás. Iría a las costas del este, donde siempre quiso vivir, pero que sólo conocía cuando miraba televisión en la cafetería o cuando hojeaba alguna revista tirada en la calle. Se decía a si mismo que eran las ciudades donde la gente sí sabe vivir bien, que era lo menos que él merecía después de toda una vida llena de miseria y hambre.
Ahora sus dos brazos sujetaban el paquete, por nada del mundo pensaba soltar lo que representaba la vida que siempre deseó, de la cual nunca se vio tan cerca como hasta ahora. Su felicidad no hacía más que aumentar al sentir dentro de sí que la salida de aquellos túneles se encontraba más cercana. Sus ojos se acostumbraban ya a la penumbra pero no podía distinguir con claridad formas precisas, escudriñaban el ambiente buscando una ínfima señal de luz como indicación de alguna alcantarilla, su gran telón. Pero no había nada que ver. Nada que denotará la presencia de la deseada salida al exterior, al aire limpio y fresco que suele haber en las ciudades costeras. Se convenció que sólo necesitaba unos instantes más y que pronto le vería iluminando el camino. Después de todo ya llevaba varios minutos caminando. Sin embargo, los instantes se convirtieron en minutos que se sentían como horas, era difícil decirlo, no tenía ninguna referencia que le indicara el tiempo que había pasado exactamente bajo tierra. Aunque estaba rodeado de agua, la sed secaba su garganta. La respiración se le hacía difícil, el pesado aire le provocaba nauseas en cada aspiración. Los pies estaban empapados, el cuero de sus zapatos empezaba ya a tallar de manera incomoda sus tobillos. Únicamente escuchaba el agua que movía al recorrer el túnel cuando sus pies se ponían uno delante de otro, se hacía más evidente el esfuerzo que necesitaría para poder salir de ahí. Sus pensamientos divagaban ahora de un lugar a otro, de su futuro a su realidad sombría. Fue entonces cuando escuchó el sonido de metal, parecía lejano y parecía de la calle, pero si lo pudo escuchar significaba que tendría que esforzarse sólo un poco más y llegaría. La emoción le hizo acelerar el paso lento, precavido, a un ligero trote. Si el lugar hubiera estado iluminado se habría dado cuenta que se encontraba frente a una bifurcación. Y que tomó la ruta del drenaje profundo.
No escuchaba más el sonido pero mantuvo el trote, aceleró un poco, sintiéndose confiado en que la salida estaba más adelante. Habrían pasado unos segundos cuando uno de sus pies se hundió de manera repentina en el suelo, en una especie de registro de agua destapado, esto ocasionó una estrepitosa caída que terminó en el gran remojón que tanto había temido. El reflejo natural fue tratar de levantar la cabeza y detenerse con un a mano para no soltar el paquete, pero fue inútil, con el ambiente tan oscuro no podía medir distancias de ninguna manera y termino de bruces en el agua soltando el adorado bulto. Se puso a gatas, y asustado tanteo el piso buscando el envoltorio que se había escapado, y la tristeza gris e inevitable le invadió cuando pudo sólo sentir el pañuelo que envolvía las piezas de joyería fina que había robado. Siguió tocando el suelo, y el asco provocado por los desconocidos desechos no le detenían, pudo recuperar algo que bien podía ser o un anillo o una arracada. No estaba tan seguro, pero lo deslizó en uno de sus dedos para no perderle. Sus sueños se fueron, literalmente, por una coladera. Derrotado, se puso de pie. No quedaba más ya que intentar salir de ese lugar, con casi nada en las manos. Empapado y sucio, se sacudió un poco de mala gana los excesos de agua en sus ropas. Se dispuso a andar en medio de la oscuridad cuando su cabeza y luego su cuerpo chocaron contra algo muy firme que le impedía el paso. Extendió sus manos para reconocer que era aquello y su corazón se heló cuando sintió entre sus dedos el resoplido violento de algo que se sentía como un rostro.
…
Los días pasaron, y la policía dio por cerrado el caso, pues no se había encontrado ni al ladronzuelo ni el botín. Ninguno de los posibles compradores tenía nada parecido a lo que el reporte de robo describía y no hubo ninguna persona que reclamara la desaparición del delincuente. Mientras esto sucedía en el centro de la ciudad, en otra parte, en un desagüe que desembocaba en el río, arrastrado por la corriente tranquila del drenaje que brotaba de la oscuridad, un pedazo de dedo cercenado con un anillo de diamantes ensangrentado flotaba hacia la luz del día.