¿Qué secretos encerraran los cientos de burbujas que suben vivazmente hacia la superficie? La autoestima de Mariana subía con cada sorbo de champaña que daba, las burbujas, tan pequeñas ellas, liberaban sus espíritus estimulantes y relajaban la tensión que en ese momento asaltaba a la azafata a más de cuatro kilómetros de altura. A sus pies, el Océano Atlántico era cubierto por la espesa capa de nubes que se extendían hasta donde la vista se perdía, confundiéndose con el dorado cielo que a esa altura y por lo delgado del aire, era tan diáfano como la superficie de un diamante.
En un trance casi hipnótico, Mariana observaba absorta el alocado desplazamiento de las burbujas de la copa de champaña, sentada en uno de los asientos de la sección de primera clase que en ese vuelo, y como en muy pocas veces sucedía, iba totalmente vacía. Sus ojos se deformaban al verles tras el amarillento tinte de la bebida en sus manos. Sus recuerdos despertaban, libres en lo alto, sin molestas personas de alcurnia que atender o gordos ejecutivos que comían sin parar y no cesaban de llamarle para rellenar la copa o el plato sin fin.
Desvió su mirada de aquella copa entre sus dedos hacia una de las ventanillas del avión. La alfombra de nubes que tantas y tantas veces había visto hoy le parecía distinta. Como una gigantesca alfombra roja. El disfrute de estar sentada donde no le era permitido, sus recuerdos infantiles y sus secretas aspiraciones confabulaban esa tarde en el cielo para hacerle sentir susceptible.
—¿Quién soy? He pasado tanto tiempo como estas burbujas de un lado a otro y ya estoy cansada— dijo para sí en voz alta Mariana, mientras entornaba su mirada de nuevo a su copa.
—Deseo ya la estabilidad de la tierra firme y de una casa sencilla, con un cerco blanco pintado a mano, un perro, un gato, dos hijos y un hombre que me ame— al terminar de decir esto bebió de un trago el resto de la champaña. Se quedó quieta un momento despidiéndose de la alfombra blanca de nubes teñidas de oro. Con ambas manos sujetó el asiento y se levantó. Su mirada cansada se reflejó en el cristal de la puertita donde guardaban los vasos desechables.
—Como en los espectáculos: El show debe continuar— Se dijo mientras comenzaba a empujar el carro de las bebidas. Abrió la puerta del corredor que daba paso a la clase turista y en sus labios se dibujo una enorme sonrisa.
—¿Le sirvo algo de beber?
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