jueves, 25 de junio de 2009

Asesinos mutuos

 

Como muchos, no recuerdo el día que nací. Por mis rasgos se que soy ordinario, poco refinado, bastante común. El pasar desapercibido era una costumbre para mí. No fui la obra maestra de ningún forjador maestro; no me martillearon a mano para formar las curvas de mi cuerpo ni alguien se tomó la molestia de afilar mis costados con piedra para luego templarme. No grabaron historias heroicas o de amor en la hoja. En mi no hay marfil, no hay oro, no hay gemas ni piedras preciosas, no conozco las perlas ni los diamantes, nunca me ha tocado una mano enguantada en sedas o terciopelos. Es la madera de mi empuñadura, desgastada por el uso y el paso del tiempo, la que da me soporte. Madera simple, nada de acabados exóticos, sin caobas, sin cedros.

Soy una pieza simple de burda constitución. Y así, con mis limitaciones, soy el objeto que ensalza y enaltece la autoestima del hombre que me porta. Conmigo en sus manos se siente poderoso, sus dudas se esfuman, sus inseguridades se disipan; si me siente entre sus dedos, su corazón late más fuerte, su respiración se agita, su adrenalina se dispara, sus músculos se tensan, los sentidos parecen agudizarse, la mirada se entorna entre la oscuridad de manera felina, sigilosa, amenazante. Después viene el salto, la explosión de sus emociones, los movimientos furiosos y certeros que terminan dándome de beber sangre.

Con cada golpe que asesta la historia se repite en su mente, una rápida sucesión de flashbacks que desea desaparezcan junto con el último aliento de la víctima en turno. Con los ojos llenos de lagrimas, espera que la sangre derramada sirva para purgar el dolor almacenado a lo largo de los años y se ve a si mismo defendiéndose cuando no podía y su rostro y su cara arden de nuevo al sentir las bofetadas y los golpes de su niñez.

Pero esta noche es diferente. Como yo, ya no soporta más la sensación de sangre en sus manos. El olor pertinaz se reusa a dejarle y el agua ya no quita el color de su piel. Me ha pedido que el último sorbo de sangre que yo tome sea el suyo. Y con su vida, la mía se va también.

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