¿Qué hay con el agua que cae del cielo en forma de lluvia que nos afecta tanto? ¿Son los inconvenientes que ocasiona? ¿El tráfico? ¿Las incomodidades que implica el mojarse cuando no está planeado? ¿El caer en el bache de la calle oculto por los charcos y esa sensación de furia e impotencia al no poder hacer nada para evitar caer en el siguiente? ¿Todas las anteriores? De cualquier forma y cualquiera que sea la respuesta, la lluvia trae lo bueno y lo malo a nuestras vidas. Trae consigo cambio. Renovación. Decimos que después de la tempestad viene la calma para referirnos a esos periodos de paz y reconciliación que vienen detrás de los grandes conflictos.
De importancia vital para nosotros, pues es la húmeda gota del cielo la que da de beber a los sembradíos que sedientos aguardan por ella y nos regalan con los frutos que nos alimentan. Nuestros antepasados aztecas construyeron templos dedicados a Tlaloc, el Dios del agua. Incluso nuevas investigaciones apuntan a que la pirámide del sol en Teotihuacan en realidad está construida en honor a Tlaloc, es decir, al agua como dadora de vida.
A mi la lluvia me gusta, me gusta estar así como ahora que estoy hecho un ovillo mientras escribo, cálidamente envuelto en una ligera frazada, escuchando el relajante ruido blanco que provocan las gotas al estrellarse con el suelo, solo para iniciar su cíclico andar en la preparación de lo que será su ascenso próximo a formar las nubes del cielo.
sábado, 26 de febrero de 2011
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