lunes, 21 de febrero de 2011
Cacería
Las huellas en la nieve repentinamente desaparecieron. Los cazadores
desconcertados, con los rifles en mano, buscaban por todas partes
inútilmente. No había señales que aquel animal desconocido se encontrara
por ninguna parte cercana, era como si se hubiera esfumado; no le miraban
por tierra, ni por aire, no había árboles cercanos ni rocas donde pudiera
esconderse en un intento de perderlos. Sólo estaban ellos seis, el rastro
de huellas cortado y el inmenso paraje abierto cubierto de nieve en los
bosques de Canadá.
Después de estar unos momentos sumidos en la confusión y el desconcierto.
Bajaron sus armas y mientras unos las acomodaban bajos sus brazos y otros
se acomodaban los anteojos protectores, realmente necesarios debido a lo
intenso del brillo de la nieve, uno se alejo un poco del grupo; inclinó la
cabeza, como queriendo no perder el débil rastro que apenas percibía. Se
descubrió una oreja y ladeo todo el cuerpo, reclinándose en dirección de
aquel llano blanquecino.
– Shhhh – Dijo – Bajen la voz, ¿Alcanzan a oír eso?
Los otros cinco dejaron de ajustar sus accesorios para voltear hacia donde
estaba el cazador, que ahora ya estaba hincado en una pierna en la nieve,
preparando cuidadosamente su rifle. Guiados por la costumbre y el instinto
los otros, sin percibir aun nada extraño, le imitaron y rápidamente ya
estaban los seis en posición de ataque tirados en la nieve.
Fue cuando escucharon el bramido. El primero les tomó por sorpresa pues
esperaban algo parecido a un murmullo. Sin embargo, un estrepitoso y
grave resoplido le hizo vibrar el cuerpo entero. Pudieron sentirlo en sus
pechos, como una potente bocina en un concierto de Rock pesado. Llevaban
ya un par de horas persiguiendo el rastro de aquella criatura, y aunque al
principio pensaban que se trataba de algún zorro o lobo, las huellas
fueron modificándose y a la vez que se hacía más claras, también parecían
deformarse hasta parecer solamente un trío de círculos bien definidos
cada uno del tamaño de un plato de ensalada. Nada que en toda su vida y
experimentada carrera de cazadores hubieran visto, ni uno sólo de ellos.
El ruido del animal también les era desconocido, era como el rugido de un
león y el grito de un ave. No podían imaginar el aspecto de la bestia que
provocaba tal ruido y empezaban a sentir, dentro de sí, temor por lo
desconocido y excitación por encontrar algo nuevo.
Los bramidos del animal cesaron. El silencio tomo el lugar entero y no se
escuchaba absolutamente nada. Sin voltear a verse, los cazadores fueron
levantándose lentamente del suelo, esperando ver algo al elevar el nivel
de sus ojos, pero nada, no había nada ahí enfrente. Seguía la alfombra de
nieve blanca cubriéndolo todo. Después de un par de minutos de permanecer
quietos, a la expectativa. Decidió uno levantarse, inmediatamente le
siguió un segundo y cuando cuatro estuvieron de pie, sucedió el primer
encuentro. La nieve alrededor de ellos empezó a vibrar, como granos de
arena en el cuero de un tambor, y a medida que vibraba se aglomeraba de
manera amorfa. Más y más copos de nieve se aceleraban y llegaban a la
peculiar reunión, esquivando a los cazadores y envolviéndolos en ocasiones
como si de una tormenta de arena se tratase, pero con voluntad propia;
todo mundo estaba quieto, volteando rápidamente de un lado a otro,
mientras tanto la formación empezaba a tomar una figura cada vez más
definida. Una crisálida en forma de haba gigante, con tentáculos
envolviéndola se formó. Del color de la nieve que la formó, era como si
hubieran hecho un gran y deforme hombre de nieve. No había sonidos
saliendo de ella. Estaba ahí, simplemente formada, sin moverse, estática.
Los cazadores vieron el sol de mediodía en el horizonte, y se sintieron
aliviados porque la noche estaba muy lejana. Miraban incrédulos el capullo
recién formado y se acercan para inspeccionarlo. Uno incluso se atrevió a
tocarlo, y para su sorpresa lo encontró duro como hielo. Discutieron un
momento sobre las posibilidades de lo que había ocurrido, pero no llegaban
a ninguna conclusión satisfactoria, pensaban en las causas naturales que
podría haber favorecido esta formación escarchada que se encontraba en
medio de ellos. Nunca supieron cuando reinició la actividad, vieron el
resplandor verde y naranja dentro de la crisálida escarchada y como esta
comenzó a derretirse casi tan rápido como se formó. Y cuando la superficie
se hizo delgada, vieron a través del hielo translucido tres ojos
reptiloides que parpadearon rápidamente, y debajo de estos ojos, unas
grandes fauces, que se entreabrieron para decir en perfecto inglés lo
último que los cazadores escucharon: Comida.
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