miércoles, 11 de abril de 2012

Tokio

El frío de aquella mañana era atípico para esta temporada del año en Tokio, donde las brisas marinas templadas de abril empezaban a llenar los rincones de cálida humedad. Los cerezos están a punto de florecer y la espera del espectáculo en mayo está en la mente de los tokiotas.

Al caminar por las aceras de la estación de trenes central, Takeshi se acomodaba las solapas de la camisa intentando cubrirse un poco de las inclemencias climáticas a las cuales iba pobremente preparado. Hacía lo posible para evitar al frío colársele por el cuello, ya que le provocaba escalofríos que llegaban en oleadas pequeñas pero incomodas. Todos a su alrededor hacían lo propio, la mayoría mejor preparada que él, cubiertos con gruesos abrigos y armados con paraguas transparentes y negros, dos de los estilos más comunes en la ciudad. Al verlos, se reclamaba una ya otra vez por haber salido tan precipitadamente de aquel apartamento y no haber pensado en tomar algo del armario para sobrellevar mejor lo situación. El cielo amenazaba una vez mas con liberar otro aguacero torrencial.

Cuando llegó al andén donde su tren partiría en catorce minutos, el celular en el bolsillo de su pantalón gris empezó a timbrar. Al sacarlo vio la imagen de su amigo Katsuo.

Takeshi y Katsuo se conocieron varios años atrás, cuando ambos iban a la escuela elemental en uno de los barrios populares de Tokio. Caminaban juntos al colegio donde todo el día y hasta muy entrada la tarde estudiaban en el mismo grupo y con los mismos profesores. Compartían los mismos gustos musicales, pero eran acérrimos enemigo cuando el béisbol tomaba la pista central de sus discusiones. Era un tema en el cual nunca podían estar de acuerdo.

El teléfono seguía timbrando, mostrando la foto que Katsuo usaba en el perfil de su red social favorita. Dubitativo, Takeshi contestó finalmente. Había olvidado su posible reunión por la noche para ver un partido de béisbol y no se sentía con ganas de hacerlo, pero al mismo tiempo se apenaba por pensar en cancelar, ya que, a diferencia de él, esos encuentros deportivos eran irresistibles para su amigo que los disfrutaba enormemente.

- ¿Bueno?

- Amigo mío. ¿Dónde carajos estás?

- Estoy en la estación de trenes.

- Te estamos esperando, ya tenemos todo listo. Por favor trae mas cerveza.

- Por supuesto.

- Oye ¿Pasa algo? Te escuchas desanimado.

- No nada.

- Si tu lo dices, pero no te creo.

- ¿Qué te parece si lo discutimos en otra ocasión?

- Esta bien, esta bien. No olvides la cerveza.

El celular mostró en pantalla el mensaje rojo de llamada finalizada y Takeshi lo metió de nuevo a su bolsillo. De la otra bolsa del pantalón sacó un rollo de mentas y se echó una a la boca. Ya solo faltaban ocho minutos para que el tren arribara.

Buscó un lugar donde sentarse mientras tanto. La gente seguía pasando delante de él en todas direcciones, algunos, también esperaban el mismo tren. Volvió su vista hacia un costado y leyó en murmuras el nombre de la estación donde tomaría una conexión para ir al departamento de su amigo.

Cuando vio el reloj del anden aun faltaban cinco minutos. El tiempo se le hacía eterno y no pudo estar mas tiempo sentado. Se incorporó y camino hacia la fosa de la vía, miró el túnel que desembocaba en aquel lugar y por donde el ruido y la luz de la máquina le avisarían de la llegada de su tren. Metió ambas manos en sus bolsillos, apretando sus brazos al cuerpo para no dejar escapar el calor corporal y leyó de nuevo la hora en el reloj digital.

Sintió el contacto de una mano en su hombro y una voz conocida le llamó por su nombre. Giró su cuerpo y vio a Yushiko parada delante de él. Radiante como de costumbre, sosteniendo entre su pecho, con ambas manos, un abrigo café. Takeshi no resistió más. Se acercó y la abrazó muy fuerte, necesitaba sentirla cerca, desesperadamente esperando que todo hubiera sido un mal entendido y que todo quedaría atrás como en otras ocasiones.

Ella permaneció inmóvil, sin rechazar el abrazo, pero sin regresarlo. No había señales de ningún tipo en su rostro que pudieran indicar que algo había cambiado, entonces ¿Qué hacía ella aquí en este lugar? ¿Por qué había venido a buscarle?

Yushiko se retiró lentamente del abrazo de Takeshi. Le miró a los ojos y sin ninguna palabra le entregó el abrigo. Después simplemente se fue. Se perdió entre la gente de la estación y salió de la vista del desconcertado Takeshi. Mudo y confundido por el acto, sin siquiera pensarlo Takeshi se puso el abrigo. Seguía parado frente a la fosa de las vías del tren. Faltaban dos minutos para que el tren llegará. Metió las manos en los bolsillos y sus dedos tocaron en uno de ellos un objeto metálico. Supo inmediatamente de que se trataba. Sus ojos se humedecieron, sus labios empezaron a temblar ahogando el llanto inminente. Sacó el objeto con cuidado y lo sostuvo frente a su rostro, levantándolo apenas arriba de su frente. El reloj de pulsera reflejaba en su carátula rota y con pequeñas manchas de sangre el rostro pálido de Takeshi. Faltaban cuarenta segundos para la llegada del tren. El reloj seguía frente a él, sostenido entre sus dedos lanzando destellos robados de la tenue luz que iluminaba el anden. El ruido del tren se escuchó primero. Takeshi bajó el reloj y lo apretó muy fuerte en su mano, lagrimas cayendo de sus ojos, sin freno posible. La luz del tren iluminó el interior del túnel. Puso el reloj de nuevo el bolsillo del abrigo. Vio el reloj digital en cuenta regresiva. Faltaban cuatro segundos. El tren ya estaba entrando por el túnel. Las lagrimas nublaban su vista, escuchó cercano el furioso rugido de la maquina de metal. Y saltó.

 

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