Antes del iPod, del los reproductores musicales de estado sólido, antes aun del mp3, del wma, del ogg y de tantos formatos con nombres extraños; antes de los videos en el bolsillo y las miles de canciones a un dedo de distancia, antes de todo eso existía el humilde cassette. Con sus dieciséis o veinte canciones a lo más, divididas en dos lados, donde era absolutamente necesario abrir el equipo, dar vuelta al cassette, cerrar el equipo y luego presionar el botón de play de nuevo. Pecado imperdonable, no hay nadie en la actualidad que no se quejaría por tener que cambiar su tarjeta de memoria (de escasos milímetro de tamaño y de apenas unos gramos de peso) cuando su lista de 200 canciones haya terminado. En fin, en aquellos tiempos, hace dos décadas (¡Dios! me sentí viejo), era el pan nuestro de todos los días. La colección de cassettes era una posesión querida y marcábamos la diferencia de forma tajante entre los originales y los copiados. Con un “Es que no se oyen igual” era suficiente para decidir si reproducir el uno o el otro. Existía el fenómeno de las mezclas personalizadas de música. Frases como “Te voy a hacer un cassette con las canciones que te gustan” significaba la modesta tarea de crear una lista de unas doce canciones y grabarlas, una por una, en un cassette en blanco que adquiríamos en cualquier tienda.
Las cosas han cambiado. Los bits, los bytes y los gigabytes han dado paso a una evolución en la manera que llevamos y escuchamos nuestra música todo el tiempo. Ahora casi cualquier teléfono celular es un reproductor mp3, casi todos tenemos algún reproductor dedicado a este fin y el iPod es el amo y señor de la música. Los diferentes niveles de compresión musical, uno de los tantos factores determinantes de la calidad de audio del archivo, han salido triunfantes en la pelea con la distorsión. Ahora un original digital es exactamente igual que su copia digital y el decir “Es que como que no se oyen igual de bien” solo te hace quedar como desconocedor de las nuevas tecnologías.
Las ondas que nos llegan a los oídos son las mismas. Esas han permanecido inamovibles al paso del tiempo, el como hacen para nacer, viajar por el aire, llegar a nosotros y despertar emociones, es un proceso en constante evolución. No tengo idea que es lo que sigue, pero si me permite disfrutar de mi música ochentera y noventera de la misma forma, bienvenido sea entonces. Seguramente será mucho mejor que hoy.